CAPITULO 36: “BUT IT’S BETTER IF YOU DO”
-Sabía que estarías aquí – dije sentándome a su lado.
-¿Cómo me encontraste? – cuestionó sorprendida.
Luego del pequeño episodio con Emily salí corriendo en busca de Alice. Una vez más había tomado prestado el auto de Shane, y sin saber muy bien por qué lo hacía, buscaba a Alice por doquier. La expresión de Emily había quedado grabada en mi rostro.
“¿Cómo es que ahora me pide que vaya tras ella cuando hace menos de cinco minutos la odiaba?”, esa pregunta era todo en lo que podía pensar en ese momento. Había algo en la actitud de Emily que no cerraba. Probablemente era muy sencillo y obvio, pero de alguna manera no podía verlo. Tal vez lo estaba negando. Negar lo obvio es muy típico en mí en momentos de frustración. De todos modos yo sentía que ella se había dado cuenta de algo que ella misma había estado negando hace demasiado tiempo. Me atreví a pensar que tal vez ella sentía algo por mí. Sin embargo, no le di muchas vueltas al asunto. Ya saben, no me gusta ilusionarme.
Había andado demasiadas calles como para recordarlas, cuando de repente me iluminé y presentí dónde podría llegar a estar Alice en esos momentos. Así como mis pies me condujeron ciegamente hasta la playa, mis manos manejaron el volante del auto de Shane hasta la plaza principal. La cual estaba demasiado cerca de nuestra casa como para que yo la hubiese pasado por alto de la manera en que lo hice.
Cuando llegué allí estacioné el auto en el primer lugar vacío que encontré y me bajé de inmediato.
Por un rato vi la escena que se desarrollaba en el poblado parque. Niños y niñas correteando por todos lados; volviendo locas a sus madres. Cerré los ojos un minuto para imaginarme en dónde podría estar Alice exactamente; entonces los gritos de decenas de felices chicos llegaron a mis oídos, y recordé: Alice odia los niños. Me reí con el sólo hecho de imaginarme a Alice maltratando pequeños por preguntarle si podía alcanzarles la pelota que había caído cerca suyo.
Abrí los ojos y lo ví. Había un asiento, cruzando todo el parque, que estaba bien alejado del lugar en el que más se concentraba la masa de infantes. Sin pensarlo mucho más me dirigí hasta allí directamente. No sin recibir, no obstante, unas cuantas patadas de tres chicos que se peleaban por ver quién sostenía por más tiempo al cachorrito que una mujer llevaba atado a una correa.
Cuanto más me acercaba al banco, más constataba que se trataba de nadie más ni nadie menos que Alice.
-Nunca supiste cómo esconderte – dije en voz baja. Creí que no me escuchó, debido al ruido ambiente.
Estaba realmente sorprendida de verme allí, sentado junto a ella.
-No fue muy difícil saber dónde estarías –
-No es que no sepa cómo esconderme – se defendió.
-¿Me oíste, entonces? – inquirí frunciendo el ceño.
-Aunque es bastante cierto – agregó. – Sólo quería un lugar tranquilo para pensar la mejor manera de convencer a Emily que en el fondo no está tan enojada conmigo como ella cree… - dijo estirando sus piernas y cruzando una por encima de la otra, mirando la población del parque.
-Ella no está enojada contigo – dije imitándola y cruzándome de brazos.
-¿Qué quieres decir? – preguntó volviendo su mirada hacia mí.
-Ella misma me envió a buscarte – contesté – Aunque no sé por qué lo hizo… - agregué sin saber que lo estaba diciendo en voz alta.
-Hay una sola manera que ella haga eso… - dijo Alice.
-¿De qué hablas? – cuestioné.
-Sí, es la única manera… - dijo Alice poniendo su cara pensativa - ¿Le dijiste de una vez lo que sientes por ella? – preguntó.
-No – contesté con miedo.
-¡Brendon! – me gritó.
-¡Lo siento! – me defendí sin saber qué otra cosa decir.
-No importa ahora. Entonces… No… No lo sé. Estoy… - dijo pasándose ambas manos por el cabello.
-¿Perdida? Porque yo me perdí hace rato – contesté. Alice sonrió, espero que ante mi comentario.
-Mira, Brendon: no tienes demasiado tiempo. No puedes seguir evitando decirle la verdad a Emily – dijo enfrentándose a mí.
-Lo haces sonar como si hubiese arruinado su proyecto de ciencias – comenté.
-¿Cómo si qué? – preguntó Alice frunciendo el ceño.
-Nada, olvídalo – dije rechazando su pregunta con una floritura de la mano. Me quedé un rato mirando la nada.
-En serio, Bren- comenzó, pero la interrumpí.
-No tienes idea lo difícil que se me hace – dije, frustrado.
-Sí lo sé, Boyd – me quedé esperando a que comience a contar la historia, pero sólo se quedó callada.
-¿Qué te pasó a tí? – pregunté intentando hacer que me cuente algo.
-Esto no es sobre mí – dijo negándome la entrada a su vida amorosa.
-Lo dices como si fuera a escribir un libro, Alice – le dije.
-Tal vez lo hagas – comentó desafiante.
-Ay, por Dios. No seas ridícula – le contesté riéndome.
-¡Por qué no! – cuestionó.
-Apenas puedo escribir música, ¿quieres que escriba un libro? – pregunté sorprendido.
-No, bueno, yo… Eso no es importante ahora – dijo volviéndome a mi triste realidad. – Tienes que confesar, Brendon. Confiesa – dijo de manera amenazante.
-Pero es que… - me quejé.
-Basta de “peros”, Urie. ¡Pareces un niño que no quiere comer sus verduras! – dijo a medio reír.
-¿Cómo lo hago? – pregunté, desde ese mismo momento comenzando a ponerme nervioso.
-Te lo contaré de camino a casa, ¿de acuerdo? – contestó levantándose del asiento y tomando su pequeña valija repleta de cosas.
En el trayecto hasta el auto unos niños se nos pasaron por delante. Alice golpeó uno, pero por suerte, nadie lo notó. Nadie, menos yo y el niño. Pero era la palabra de las madres contra la nuestra. Y no teníamos demasiado tiempo para luchar. Así que simplemente hicimos el resto del camino hasta el auto corriendo.
-¡Eres malvada! – le dije mientras me subía al asiento del conductor luego de haber guardado la valija en el baúl.
-Él se metió por dónde no debía. Es más, tendría que haber tirado de las trenzas de esa niña, me miró con odio, ¿quién se cree? – me contestó molesta.
-Ay, Alice… - dije solamente, riendo.
Encendí el motor y puse el auto a andar. Teníamos unos buenos minutos para hablar en el camino hacia la casa, ya que teníamos unas diez calles desde el parque hasta allí aunque hubiesen sido sólo siete caminando. Por otro lado, no podía dejar el auto de Shane en cualquier lado.
No tenía recorridas ni dos calles cuando Alice comenzó a hablar.
-No pienses mucho en ello, sólo díselo – me dijo.
-He tratado hacer eso, pero tampoco puedo – contesté sin sacarle la vista de encima al camino. – Estoy condenado a quedarme con eso dentro –
-Y después dices que no puedes escribir un libro, ¡no seas tan dramático! Una vez que lo hayas dicho te sentirás mejor… - me alentó Alice.
-¿Qué pasa si ella sólo se ríe de mi? – pregunté, aunque yo mismo pensaba que esa pregunta era demasiado estúpida hasta para pensarla.
-No lo hará – dijo Alice confiada.
-¿Cómo lo sabes? – cuestioné mientras estacionaba el auto.
-Sólo lo sé – contestó ella abriendo la puerta de su lado.
Ese pequeño tramo, de alrededor de cinco metros, desde el auto hasta la puerta de calle se me hizo endemoniadamente eterno. Mi respiración se volvía más y más agitada, y sentía que mi corazón iba a estallar por la velocidad en que bombeaba la sangre.
-No puedo hacerlo – le dije a Alice parado frente a la puerta.
-Sí, sí puedes – me dijo ella tomando el pomo.
-No – agregué tomando su mano y deteniéndola, para que no abra la puerta – ¡Mírame! Estoy sudando, respiro como idiota, mi corazón se oye hasta Inglaterra, y tengo un nudo gigante en la garganta. Sin contar que estoy al borde del vómito… - dije atropelladamente, desesperado.
-En cuanto la veas a los ojos, todo eso desaparecerá. Créeme. Sólo esta vez… - dijo Alice. Y sus palabras sí me tranquilizaron. Pero por milésimas de segundo. No fue suficiente.
Aunque sí fue suficiente para desconcentrarme de evitar que ella abriera la puerta.
El living estaba vacío. Pero Emily no tardó en aparecer corriendo en el cuadro.
Cuando la vi, todo lo que había sentido mientras la puerta estaba cerrada se desvaneció. Tal como Alice había dicho. Sin embargo, había algo que no debía pasar: mi corazón se había detenido. Eso no se suponía que tenía que pasar.
-¡Alice! Tengo que hablar contigo – exclamó acercándose a Alice y tomándola de la mano.
-¿Cómo me encontraste? – cuestionó sorprendida.
Luego del pequeño episodio con Emily salí corriendo en busca de Alice. Una vez más había tomado prestado el auto de Shane, y sin saber muy bien por qué lo hacía, buscaba a Alice por doquier. La expresión de Emily había quedado grabada en mi rostro.
“¿Cómo es que ahora me pide que vaya tras ella cuando hace menos de cinco minutos la odiaba?”, esa pregunta era todo en lo que podía pensar en ese momento. Había algo en la actitud de Emily que no cerraba. Probablemente era muy sencillo y obvio, pero de alguna manera no podía verlo. Tal vez lo estaba negando. Negar lo obvio es muy típico en mí en momentos de frustración. De todos modos yo sentía que ella se había dado cuenta de algo que ella misma había estado negando hace demasiado tiempo. Me atreví a pensar que tal vez ella sentía algo por mí. Sin embargo, no le di muchas vueltas al asunto. Ya saben, no me gusta ilusionarme.
Había andado demasiadas calles como para recordarlas, cuando de repente me iluminé y presentí dónde podría llegar a estar Alice en esos momentos. Así como mis pies me condujeron ciegamente hasta la playa, mis manos manejaron el volante del auto de Shane hasta la plaza principal. La cual estaba demasiado cerca de nuestra casa como para que yo la hubiese pasado por alto de la manera en que lo hice.
Cuando llegué allí estacioné el auto en el primer lugar vacío que encontré y me bajé de inmediato.
Por un rato vi la escena que se desarrollaba en el poblado parque. Niños y niñas correteando por todos lados; volviendo locas a sus madres. Cerré los ojos un minuto para imaginarme en dónde podría estar Alice exactamente; entonces los gritos de decenas de felices chicos llegaron a mis oídos, y recordé: Alice odia los niños. Me reí con el sólo hecho de imaginarme a Alice maltratando pequeños por preguntarle si podía alcanzarles la pelota que había caído cerca suyo.
Abrí los ojos y lo ví. Había un asiento, cruzando todo el parque, que estaba bien alejado del lugar en el que más se concentraba la masa de infantes. Sin pensarlo mucho más me dirigí hasta allí directamente. No sin recibir, no obstante, unas cuantas patadas de tres chicos que se peleaban por ver quién sostenía por más tiempo al cachorrito que una mujer llevaba atado a una correa.
Cuanto más me acercaba al banco, más constataba que se trataba de nadie más ni nadie menos que Alice.
-Nunca supiste cómo esconderte – dije en voz baja. Creí que no me escuchó, debido al ruido ambiente.
Estaba realmente sorprendida de verme allí, sentado junto a ella.
-No fue muy difícil saber dónde estarías –
-No es que no sepa cómo esconderme – se defendió.
-¿Me oíste, entonces? – inquirí frunciendo el ceño.
-Aunque es bastante cierto – agregó. – Sólo quería un lugar tranquilo para pensar la mejor manera de convencer a Emily que en el fondo no está tan enojada conmigo como ella cree… - dijo estirando sus piernas y cruzando una por encima de la otra, mirando la población del parque.
-Ella no está enojada contigo – dije imitándola y cruzándome de brazos.
-¿Qué quieres decir? – preguntó volviendo su mirada hacia mí.
-Ella misma me envió a buscarte – contesté – Aunque no sé por qué lo hizo… - agregué sin saber que lo estaba diciendo en voz alta.
-Hay una sola manera que ella haga eso… - dijo Alice.
-¿De qué hablas? – cuestioné.
-Sí, es la única manera… - dijo Alice poniendo su cara pensativa - ¿Le dijiste de una vez lo que sientes por ella? – preguntó.
-No – contesté con miedo.
-¡Brendon! – me gritó.
-¡Lo siento! – me defendí sin saber qué otra cosa decir.
-No importa ahora. Entonces… No… No lo sé. Estoy… - dijo pasándose ambas manos por el cabello.
-¿Perdida? Porque yo me perdí hace rato – contesté. Alice sonrió, espero que ante mi comentario.
-Mira, Brendon: no tienes demasiado tiempo. No puedes seguir evitando decirle la verdad a Emily – dijo enfrentándose a mí.
-Lo haces sonar como si hubiese arruinado su proyecto de ciencias – comenté.
-¿Cómo si qué? – preguntó Alice frunciendo el ceño.
-Nada, olvídalo – dije rechazando su pregunta con una floritura de la mano. Me quedé un rato mirando la nada.
-En serio, Bren- comenzó, pero la interrumpí.
-No tienes idea lo difícil que se me hace – dije, frustrado.
-Sí lo sé, Boyd – me quedé esperando a que comience a contar la historia, pero sólo se quedó callada.
-¿Qué te pasó a tí? – pregunté intentando hacer que me cuente algo.
-Esto no es sobre mí – dijo negándome la entrada a su vida amorosa.
-Lo dices como si fuera a escribir un libro, Alice – le dije.
-Tal vez lo hagas – comentó desafiante.
-Ay, por Dios. No seas ridícula – le contesté riéndome.
-¡Por qué no! – cuestionó.
-Apenas puedo escribir música, ¿quieres que escriba un libro? – pregunté sorprendido.
-No, bueno, yo… Eso no es importante ahora – dijo volviéndome a mi triste realidad. – Tienes que confesar, Brendon. Confiesa – dijo de manera amenazante.
-Pero es que… - me quejé.
-Basta de “peros”, Urie. ¡Pareces un niño que no quiere comer sus verduras! – dijo a medio reír.
-¿Cómo lo hago? – pregunté, desde ese mismo momento comenzando a ponerme nervioso.
-Te lo contaré de camino a casa, ¿de acuerdo? – contestó levantándose del asiento y tomando su pequeña valija repleta de cosas.
En el trayecto hasta el auto unos niños se nos pasaron por delante. Alice golpeó uno, pero por suerte, nadie lo notó. Nadie, menos yo y el niño. Pero era la palabra de las madres contra la nuestra. Y no teníamos demasiado tiempo para luchar. Así que simplemente hicimos el resto del camino hasta el auto corriendo.
-¡Eres malvada! – le dije mientras me subía al asiento del conductor luego de haber guardado la valija en el baúl.
-Él se metió por dónde no debía. Es más, tendría que haber tirado de las trenzas de esa niña, me miró con odio, ¿quién se cree? – me contestó molesta.
-Ay, Alice… - dije solamente, riendo.
Encendí el motor y puse el auto a andar. Teníamos unos buenos minutos para hablar en el camino hacia la casa, ya que teníamos unas diez calles desde el parque hasta allí aunque hubiesen sido sólo siete caminando. Por otro lado, no podía dejar el auto de Shane en cualquier lado.
No tenía recorridas ni dos calles cuando Alice comenzó a hablar.
-No pienses mucho en ello, sólo díselo – me dijo.
-He tratado hacer eso, pero tampoco puedo – contesté sin sacarle la vista de encima al camino. – Estoy condenado a quedarme con eso dentro –
-Y después dices que no puedes escribir un libro, ¡no seas tan dramático! Una vez que lo hayas dicho te sentirás mejor… - me alentó Alice.
-¿Qué pasa si ella sólo se ríe de mi? – pregunté, aunque yo mismo pensaba que esa pregunta era demasiado estúpida hasta para pensarla.
-No lo hará – dijo Alice confiada.
-¿Cómo lo sabes? – cuestioné mientras estacionaba el auto.
-Sólo lo sé – contestó ella abriendo la puerta de su lado.
Ese pequeño tramo, de alrededor de cinco metros, desde el auto hasta la puerta de calle se me hizo endemoniadamente eterno. Mi respiración se volvía más y más agitada, y sentía que mi corazón iba a estallar por la velocidad en que bombeaba la sangre.
-No puedo hacerlo – le dije a Alice parado frente a la puerta.
-Sí, sí puedes – me dijo ella tomando el pomo.
-No – agregué tomando su mano y deteniéndola, para que no abra la puerta – ¡Mírame! Estoy sudando, respiro como idiota, mi corazón se oye hasta Inglaterra, y tengo un nudo gigante en la garganta. Sin contar que estoy al borde del vómito… - dije atropelladamente, desesperado.
-En cuanto la veas a los ojos, todo eso desaparecerá. Créeme. Sólo esta vez… - dijo Alice. Y sus palabras sí me tranquilizaron. Pero por milésimas de segundo. No fue suficiente.
Aunque sí fue suficiente para desconcentrarme de evitar que ella abriera la puerta.
El living estaba vacío. Pero Emily no tardó en aparecer corriendo en el cuadro.
Cuando la vi, todo lo que había sentido mientras la puerta estaba cerrada se desvaneció. Tal como Alice había dicho. Sin embargo, había algo que no debía pasar: mi corazón se había detenido. Eso no se suponía que tenía que pasar.
-¡Alice! Tengo que hablar contigo – exclamó acercándose a Alice y tomándola de la mano.
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