CREDO ~Capítulo 1: "Dejalo Empezar"

 
CREDo
 
CAPÍTULo 1
dEjaLo EMPEzaR


Cómo interpretes esta historia depende de cómo creas que se desarrolla el Universo.
Unos creen que la vida que se lleva depende únicamente de uno y de las decisiones que se tomen. Derecha o izquierda. Sí o no. Blanco o negro. Algo tan sencillo como el aleteo de una mariposa puede producir cambios extremos e incomprensibles en nuestro futuro que escribimos a medida que avanzamos en el presente.
Otros dicen que no se puede escapar al destino, que todas las decisiones que tomás es exactamente lo que se suponía debías hacer. Que no hay libre albedrío, no realmente. Somos esclavos de lo que nuestra propia vida nos depara. Como si nuestra historia estuviera escrita en un juego de mesa y nosotros simplemente estuviéramos avanzando casilleros en el tablero de nuestras intrincadas vidas. Todos los destinos conectados por hilos imperceptibles que no podemos tocar, modificar, cortar. Estamos predestinados a ser lo que somos.

Sofía estaba recostada contra la pared de la entrada del Centro Cultural, distraída, algo somnolienta, jugando con su medallita de San Benito. A sus dieciocho años, nunca antes había actuado, pero necesitaba el dinero y este trabajo parecía ser bastante sencillo. Sus compañeros de colegio siempre solían decirle que era buena mintiendo a los profesores, y supuso que actuar no es tan diferente a mentir, engañar…
Era bien entrada la tarde, pasadas las siete; se sentía muy cansada para la hora que era y la calle parecía bastante desierta para el barrio en el que se encontraba. Un auto pasó por la calle reflejando el sol en un destello rápido, y los recuerdos recurrieron a Sofía como si los últimos meses no hubiesen pasado.
Una señora bajita, de unos sesenta años, se acercó a ella, sacándola de su ensueño… o mejor dicho, pesadilla.
-¿Estás para el casting? – preguntó con voz amable.
Sofía la miró parpadeando varias veces como si le costara enfocarla, y asintió con la cabeza. La señora sonrió con una mirada maternal en sus ojos y se quedó a su lado; mirándola de refilón con gesto de ternura mezclada con lástima, como si quisiera rescatar a Sofía de la terrible tragedia que la acogía. Sofía se miró a sí misma para verificar si realmente daba tal impresión.
Al mirar su cuerpo notó que estaba algo más delgada de lo que debería, y su lacio cabello, largo hasta el pecho, estaba algo enredado.
“¿Yo me peiné hoy a la mañana…?” se preguntó a sí misma dentro de su cabeza, estando segura de haberlo hecho, cuando una mujer de unos treinta años salió a la puerta con una planilla en sus manos.
-¿Chicas, están para el casting? – preguntó, arrogante.
Vestía unas medias -color carne- bajo una pollera negra de tiro alto demasiado corta y una camisa blanca metida dentro de la pollera. Tenía el pelo arregladísimo, como si estuviera a punto de salir en una publicidad; eso sin contar los zapatos de taco alto, completamente innecesarios, ya que parecía ser bastante alta incluso sin ellos.
La señora se acercó amablemente a la mujer, pero un hombre de entre unos cuarenta y cincuenta años, bien vestido y con el semblante serio, la interrumpió.
-Yo estoy para el casting – dijo, en un tono de voz exageradamente alto dado que no había nada allí que le impida hablar en un tono normal.
La mujer volteó hacia él y lo miró de arriba abajo. La señora lo miró también, aún con amabilidad en su rostro.
-Anotame, “Ricardo…” – comenzó el hombre.
-Disculpame, estaba la señora primero. – Sofía lo interrumpió, soltando su San Benito e incorporándose de la pared.
Ricardo la miró serio.
-… García. Ricardo García. – continuó sin darle importancia al comentario de Sofía.
La mujer lo buscó en la lista. Sofía no podía sacarle los ojos de encima a Ricardo. Una de las cosas que más odiaba era que la gente resultara irrespetuosa, y ese hombre estaba siendo maleducado con una señora que podría haberle puesto en su lugar si no fuera tan amable. “Por gente como esa, el país está como está” solía decir el padre de Sofía; esa frase siempre la hacía sonreír. De felicidad y tristeza a la vez, porque, por más ridículo que sonara, sostenía algo de verdad.
La señora podía mantenerse callada si no quería quedar como una conventillera, pero eso no impedía a Sofía exponer su posición en el asunto.
-Bueno… después de todo “las damas primero” ¿no? – dijo Sofía.
Luego le arrojó una mirada cómplice a la señora, y ésta le devolvió una sonrisa.
La mujer continuó con la lista y las buscó a ellas. La señora resultó llamarse Clara Stevaness, pero le dijo a Sofía que simplemente la llamara “Clara” o “Doña Clara”, como la llamaban los vecinos del barrio. Y la mujer arrogante se presentó como Micaela.
Ricardo miró a Sofía con gesto despectivo y entró al Centro Cultural.

En los mingitorios, Juan orinaba con la mirada fija en un punto de la pared, rogando a Dios que todo saliera bien en esos dos días. Lo habían recomendado más de cuatro personas para hacer cámara en un corto de unos quince minutos con uno de los directores exitosos más jóvenes de Argentina. No podía arruinar esta oportunidad de tener aún mejores recomendaciones de un tipo que movía tantos contactos. Alejandro, el director de cine, de unos treinta y cinco años, se lavaba las manos en una pileta a sus espaldas.
“Tampoco que es tanto quilombo esto… son sólo dos días… sólo dos días” se repetía una y otra vez Juan para evitar tener un colapso nervioso. “Dos días con Bruno haciendo iluminación…” pensó suspirando y golpeando gentilmente su frente contra la pared.
El ruido de la cadena de unos de los cubículos del baño rompió el silencio. De allí salió Bruno, frotándose la panza en círculos.
-Nunca más “paty bajón con queso” a las cinco de la mañana –
Juan lo miró sin dejar de orinar y le dedicó media sonrisa. Bruno podía ser un desastre, pero era su amigo al fin y al cabo. Además, le había prometido que se iba a portar bien ese fin de semana.
Bruno caminó hacia la pileta, y lavándose las manos miró –a través del espejo- a Alejandro.
-¿Estamos listos? – le preguntó.
-¿Vos estás listo? – Le preguntó Alejandro a Bruno, mirándolo también a través del espejo, enarcando una ceja.
-Nací listo – contestó Bruno guiñando un ojo y dedicándole el gesto característico de Mr. FOX.
Alejandro sonrió y salió del baño. Juan se acercó a la pileta y lavó sus manos.
-Bruno, no me hagas quedar mal – le dijo Juan por lo bajo.
Bruno lo miró con gesto sorprendido, señalándose a sí mismo. Tomó la cara de Juan con ambas manos y besó su frente. Juan lo miró.
-Si no te hubieses lavado las manos, mirá… - le dijo a su amigo sonriéndole.

Toda la gente que se quería presentar al casting estaba parada en el Hall del Centro Cultural, esperando. Ya había caído el sol, y la oscuridad de la noche bañaba la calle.
El lugar era amplio, bien iluminado, con cuadros en las paredes y ornamentas en el techo altísimo. Un escritorio de recepción reposaba a la derecha de la habitación. A su lado, una pequeña puerta que llevaba un cartel que recitaba “SEGURIDAD”. Más allá, y a través de unas puertas gigantescas de vidrio, se divisaban dos puertas de ascensores; a su derecha, lo que parecían ser las puertas que dirigían a los baños; y a la izquierda, la entrada al teatro.
Sofía le echó el ojo a una mujer muy bien arreglada de unos cuarenta, cuarenta y cinco años, que se encontraba con una chica que parecía de no más de quince años y tenía expresión de no querer estar allí. Sofía supuso que se trataba de su hija.
-Estás hermosa, justo igualita a mi abuela Arsenia – la voz de la mujer llevó a Sofía por sobre el murmullo de la gente.
La mujer acomodó la ropa y el pelo de la chica con orgullo dibujado en su rostro.
-Mamá… - se quejó la chica.
La joven dirigió su mirada a Sofía, descubriéndola mientras aún la miraba. Sofía corrió la mirada rápidamente y sus ojos se encontraron con Juan, que también la estaba mirando a Sofía.  Cuando Juan notó que Sofía lo estaba mirando, en seguida bajó la mirada. Bruno, que había visto la situación y solía ser bastante metido y chismoso para ser hombre, pasó un brazo por sobre los hombros de Juan.
-¡Winner…! – susurró al oído de Juan.
Juan chasqueó la lengua y sacudió el brazo de Bruno de su hombro, mirando a sus alrededores para ver si algún intruso estaba escuchando su conversación.
“Me voy a morir de vergüenza con Bruno al lado mío” pensó Juan fingiendo arreglar algo en su cámara para evitar volver a mirar a Sofía.
-Hola, soy Lucas… - dijo un chico acercándose a Sofía, sacándola de su ensimismamiento, actuando como si hubiese salido de una película yanqui de adolescentes.
-¡Upa! ¡Miralo a l púber intentando una maniobra con tu chica! – exclamó Bruno, burlón.
Juan le dirigió una mirada rápida a su amigo y lanzando un resoplido se acercó a Alejandro.
-¡Juancito! ¡Te estoy jodiendo! ¡No te me pongas histérica en público! – exclamó Bruno siguiéndolo a Juan a través del mar de gente, llamado la atención de Sofía.
Un joven vestido de vigilador pasó caminado por detrás de Bruno.
-¡Sergio! – exclamó el hombre levantando una mano.
Sergio era un hombre de apariencia algo dejada y mirada paranoica. Se acercó al vigilador con un bolso colgado al hombro y miró extrañado al gentío en el centro del Hall.
Los dos vigiladores se pararon cerca de la mujer que había venido acompañando a su hija adolescente.
-Pibe… ¿Qué significa toda esta gente? – Sergio miró a la chica soltando un resoplido.
La chica aún estaba intentando quitarse de encima a su madre.
-Un casting para no sé qué… Hable con el tipo ese… - contestó el joven vigilador, señalando a Alejandro.
Micaela comenzó a hacer señas para que todos los presentes se reúnan frente a ella.
-Vení, Luchi, nos llaman… - dijo la mujer a la hija.
Lucía estaba por seguir a su madre cuando Sergio la tomó del hombro.
-Sólo ignorá las voces. - Susurró en su oído, haciendo que Lucía se sobresaltara y mirara a Sergio con miedo.
Lucía no estaba del todo segura si el hombre le daba miedo por lo que le había dicho o por el gesto perturbado que sostenía en su rostro; los ojos algo desorbitados, la boca torcida, y arrugas en la cara que parecían indicar que el hombre había visto demasiado horror en su vida.
-Las voces acá. – Agregó el  extraño hombre tocando la frente de Lucía dos veces con dos dedos extendidos, su otra mano aún descansando en su hombro.
La madre de Lucía vio a su niña con Sergio y, acercándose a ambos, se llevó a Lucía echándole una mirada de disgusto a Sergio. Juntas siguieron a todo el mundo, que parecía estar dirigiéndose hacia el teatro.
Una vez allí, Alejandro se sentó en unas de las butacas del medio con Juan a su lado, manejando la cámara, y Micaela del otro lado, con la lista de los aspirantes al casting en mano.
Ricardo se paró en el centro del escenario y un reflector se prendió bañándolo de luz blanca.
-¿Está bien así? – preguntó Bruno saliendo de atrás del reflector, con un palito de chupetín colgando del lazo izquierdo de su boca.
-No, pibe, me estás dejando ciego – contestó Ricardo tapándose los ojos con una mano; como respuesta, Bruno arregló la posición del reflector y volvió a desaparecer detrás del reflector.
-Entonces… ¿Cuál es tu miedo? – preguntó Alejandro a Ricardo, presionando repetidamente el botón de una lapicera automática que sostenía en su mano derecha.
Ricardo miró fijo a Alejandro y respondió sin pensar:
-No tengo miedo –
El director hizo esa pregunta a todos los aspirantes al casting.
-A que todos se burlen de mí – contestó Lucía tímidamente mirando sus propias zapatillas.
-Bichos… no puedo soportar a los bichos – dijo una mujer.
Sofía no le estaba prestando demasiada atención a la gente contestando preguntas, ni al director.
-A que me engañen – contestó un hombre robusto de unos treinta y pico de años.
-A los lugares cerrados – dijo una mujer que parecía ser muy rica; llevaba colgada del hombro una cartera de cuero genuino.
Sofía estaba sentada esperando a que la llamen, con la mirada perdida en una esquina; intentando no pensar en nada.
-Sofía… - la voz de Alejandro sonó lejana en sus oídos, cuando la llamó.
Sofía se levantó con la mirada fija en la misma esquina que antes y subió al escenario.
-Bueno, contanos algo de vos. ¿Cuál es tu miedo? – preguntó Alejandro.
Sofía tomó su medallita de San Benito y la acarició; se quedó callada mirando algo detrás de Alejandro y Juan.
Juan levantó su mirada de la pantallita de la cámara y miró a Sofía. Ella levantó un poco la mirada encontrándose con la luz del reflector. La imagen de las luces delanteras del otro auto apareció en su mente y los sonidos del quemar de la goma de los autos al frenar bruscamente volvieron a sus oídos como si alguien los estuviera reproduciendo allí mismo.
-¿Sofía? ¿Estás con nosotros? – preguntó Alejandro dejando entrever preocupación en su tono de voz.
Sofía parpadeó varias veces y tomó una bocanada de aire como si hubiera estado conteniendo la respiración hacía varios minutos.
-Arañas…. le… les tengo miedo a las arañas. Mucho – Sofía frunció el ceño y retiró la vista de Alejandro.
Detrás de los reflectores, Bruno aburrido y sin nada que hacer se decidió a explorar sus alrededores. Ojeando, vio algo que se asomaba debajo de donde había instalado los reflectores, parecía ser una especie de tela. Se acercó para verla, pero parecía estar incrustada debajo de la baranda. Intentó tirar del cabito suelto, pero se resistió. Intentó tirando con más fuerza, pero fue demasiada. En vez de sacar la tela suavemente, la arrancó de un tirón y cayó al piso, volcándose lo que estaba en su interior.
-¡Mierda! – susurró.
Desesperado al ver que rompió la bolsita, Bruno trató de devolverla a donde estaba; tomó el contenido y volvió a armar la bolsa lo mejor que pudo y trató de meterla de nuevo en su sitio, pero gran parte de lo que se encontraba dentro estaba desparramado por el piso; para ocultar la evidencia, Bruno la pateó debajo de las butacas que se encontraban detrás de él.

En su despacho, Sergio estaba tomando tranquilamente un café mientras vigilaba  las cámaras. El trabajo de todas las noches. Con suerte, esa noche sería como cualquiera, sin mayores inconvenientes. El asunto ya estaba arreglado, no debía tener de qué preocuparse.
Sergio estaba a punto de convencerse de eso cuando las luces comenzaron a parpadear. La lamparita parecía perder energía y volver a su normalidad. Sergio miró la luz atónito. Sin quitar la vista de la misma, clavó las uñas en la mesa y dejó caer el vasito de café que sostenía en la otra mano. El vasito de telgopor cayó contra el suelo derramando el café por todo el piso.
Sergio tomó su frente con expresión de preocupación en el rostro.
-No puede ser. Hoy no. –dijo, como si pensara en voz alta.

xo-

*End Of Transmission*

*There's No "I" In "Team"*

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